Como algunos saben, los Juegos Florales eran unos certámenes de poesía que se realizaban en Roma, siendo impulsados en un principio por Nerón, quien fungía como juez, a la vez que siempre era declarado ganador.
-Señores, nos hemos reunido aquí para deliberar acerca de quién sera proclamado en los Juegos Florales de este año. Como ustedes saben, hemos recibido material de distintas personas. Yo, como miembro de la Junta Calificadora les digo que voten sólo por aquellas personas que tienen una moralidad comprobada, y no se dejen llevar por el estilo copiado de este autor Rómulo Narciso. Lo más importante ahora es que saquemos de la mente de nuestros jóvenes la desagradanle influencia de ese libertino, de ese díscolo y casquivano.
-Si me permite, Ingeniero Zapeta, yo no estoy de acuerdo con usted. Debe ser porque yo soy nueva en esta Junta Calificadora, pero creo que si vamos a calificar lo vamos a hacer a consciencia, dándole importancia solamente a la calidad literaria de los escritos.
-Mire, señorita Juarez, a usted nadie le ha pedido su opinión. En esta Junta se hace lo que yo le diga; vamos a laurear a las hijas de los importantes ingenieros de la ciudad que fueron promoción conmigo en la universidad.
-Pero, señor, eso es totalmente corrupto. Yo se que el certamen da una misera cantidad de dinero, que al final a los autores no les alcanzará para vivir decentemente quince días, pero lo más sensato sería que ganase el que mejor calidad literaria tenga.
-¡Ya le dije que se calle!
-Un momento, Augusto, puede que la señorita Juarez tenga razón. Sin embargo, me surge la duda; ¿Cómo determinar al de mayor calidad?
-Eso es sencillo, Licenciada Medrano. Verá usted, la poesía es mística, de modo que el ganador debe tener el poder de llevarnos con sus palabras a las imágenes más vivas de lo que expresa, debe prendarnos, arrobarnos con su delectación en palabras.
-Eso me parece muy romántico, sin embargo, el Ingeniero Zapeta tiene razón, debemos promover una calidad moral de los individuos.
-Pero, señoras y señores, ¿Poseen ustedes dicha calidad?
No soportaré más insolencias, señorita Juarez, me temo que le voy a pedir que se retire, a su vez espero su carta de renuncia a la Junta Calificadora, ya que no estamos dispuestos a tolerar tan abierta oposición a nuestras disposiciones.
-Con gusto me voy de aquí. No soporto estar entre corruptos.
Los tacones de Amanda Juarez resonaron en el pasillo de la Facultad de Artes, mientras avanzaba su sombra se le antojó más baja que antes. Prendió un cigarrillo y a las primeras pitadas sintió como el humo la iba rodeando tranquilamente, como un amante amorfo que la tomaba de la cintura. Se acordó de uno de los poemas que Rómulo Narciso le dedicó cuando eran niños. Su verdadero nombre era Alvaro Argento, pero le gustaba que le llamaran con los nombres de sus dos íconos preferidos, de sus dos modelos a seguir.
En el corazón de Amanda se agitaba un vendaval. Le gustaría en ese momento ver a Rómulo, aunque lo más seguro es que anduviera aún de gira por Cuba, en el Encuentro Internacional de Autores Revolucionarios;
su relación con los grupos socialistas hacía que en su país se le considerara un apestado, pero a él parecía no importarle.
Amanda no sabía por qué a Rómulo le gustaba participar en certámenes de poesía en todas partes del globo. Muchos decían que Rómulo era un Quijote, si, a lo mejor lo era, pero era un Quijote que ganaba doscientos mil dólares al año.
Amanda seguía en el pasillo, y pudo escuchar cómo los grupos feministas de la Facultad se habían hecbo con el concurso, premiando únicamente a féminas, miembro del grupo revista Trompa de Eustaquio.
Amanda sintió como un tremendo asco se iba apoderando de ella, al ver cómo los sectores hacían lo que querían con un pequeño certamen simbólico. En verdad, Amanda era feminista de todo corazón, incluso más radical que sus compañeras, pero le habría gustado que la cuestión se deliberara de una manera más democrática.
Una amiga llamó a Amanda más tarde, para contarle que el Ingeniero Zapeta había vuelto a impugnar el fallo, subiendo al podio de ganadores a los poetas más viejos y menos originales que se le había ocurrido poner. Claro, eran poetas que no invitaban a la protesta, sino seguían haciendo poemas tautológicos y estúpidos como "El canto de las aves del arroyo", "Mi corazón mana sangre", "Mis brazos te abrazan", y un sinfín de pelotudeces más, que no tenian ni una gota de originalidad, que se habían elaborado plagiando a Rubén Darío. Para el Jurado, si un poema no se pareccía a los de Rubén Darío no era poesía.
Era inútil deliberar con gente de mente tan cerrada, se decía Amanda. Recostada en su cuarto, con una bata de seda azul, un pitillo de kush y una botella de vodka a la mitad Amanda se sentía como en una piuntura vieja que reflejaba cotidianidad. Sobre la mesita de noche encontró un paquete que parecía contener libros, o algo por el estilo. Al abrir el paquete, Amanda se quedó un buen rato mirando el libro que se le presentaba a la vista en el más intenso rojo, con dragones dorados bordados, de pasta dura, edición de lujo de la nueva novela de Rómulo Narciso "Dragón domeñado". Junto al libro venían diferentes revistas de crítica, con reseñas maravillosas acerca de la nueva novela del prolífico autor. Rómulo estaba cerca del Nobel, que era su sueño, eso Amanda lo sabía muy bien.
A diferencia de los autores que se escudan en una humildad falsa, Rómulo adoraba el encomio, es más, se podría decir que vivía para ser aplaudido. Cuando algo le salía mal se frustraba, se encerraba unos meses a leer como si el mundo fuera irse al carajo en cualquier momento, para luego volver con una novela más lograda y refinada que la anterior. Era un mago de las letras, era indudable.
Amanda no pudo reprimir una sonrisa, que luego se convirtió en carcajada. No sintió vergüenza al desternillarse de risa, al pensar en los idiotas de la Junta, que creían perjudicar a Rómulo. Que sigiuieran influyendo a nivel local. Rómulo tenía el mundo entero para él. Así lo corroboraban sus pinturas en gfalerías de Europa y Asia.
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