jueves, 28 de agosto de 2014

El narcicista

Su imagen lo decía todo, la forma en que se paraba frente al público, con los brazos abiertos, siempre haciendo gestos con las manos, al tiempo que hablaba con una facundia excelente.
Cuando no estaba en los teatros, en las presentaciones de libros, congresos de Literatura, exposiciones de pinturas y galerías con las más variadas formas y temáticas.
Gustaba de reseñar a otros autores, al menos a los que consideraba buenos, pero no consentía que nadie le hiciera observación alguna. Incluso hubo veces en que los libros se fueron a impresión con errores, no ortográficos, pero si teclazos sueltos en los cuales a veces la gente hacía una parada abrupta y obligada del texto. Aunque con el tiempo empezó a ceder ante los editores, quienes le persuadieron a que cuidara su palabra y su escritura. A decir verdad su redacción se hizo moderada, sobria, lejos de la locura que provocaba en días de su mocedad. Con sus actos ocurría lo contrario, ya que si bien utilizaba corbata y saco, parecía más bien un lobo domesticado con sus nuevos atuendos, que se alejaban de la ropa estilo punk y gótica que usara cuando joven. Era alguien que lucía como hombre de negocios, pero actuaba como neandertal.
Siempre complacido de sí mismo, lograba proporcionarse día con día satisfacciones que le alejaran del borde que años atrás habia conocido, por aquel despeñadero en que había caído en la adolescencia.
Nadie sabía que Rómulo Narciso aún era perseguido por el demonio del suicidio. Aún le resultaba aberrante cuando algúan entrevistador le tocaba el tema de su intento de suicidio por envenenamiento cuando tenía 16 años. Siempre era la misma respuesta a esa pregunta; Rómulo les decía que él era un hombre "hecho de pedazos de vivencias, que varias veces había tenido que reconstruirse.
Noche a noche, en su cuarto tenía que emborracharse hasta la locura y drogarse con diferentes sustancias para poder dormir. A decir verdad, era un alma melancólica y encerrada en sí misma. A la gente le decía que no temía a la soledad, ya que se bastaba a sí mismo, pero cada vez que quedaba a solas, esa situación se ponía a prueba.
Numerosas fueron las veces que salió a la calle en busca de alguien con quien hablar, con el alma siendo arrasada por la soledad infinita que le sacudía. Sin darse cuenta dejaba las puertas de su casa abiertas en su necesidad de interacción humana. Al no encontrar a nadie con quien conversar, se quedaba en medio de la calle principal de la ciudad, viendo la extensión de la misma, hasta el horizonte donde había casitas con luces encendidas. Con el paso de las horas y el fresco de la madrugada se iba serenando, pasaba frente a los agentes de policía, que ya en otras ocasiones le habían visto deambular a tempranas horas por los parques y comprar cervezas antes del desayuno. Así se iban sus días, en blanco, sin poder dormir. Hacía ya ocho años que no lograba conciliar el sueño, aquello le estaba matando. Pero lo que en verdad le carcomía era su soledad infinita, su miedo a morir solo, su realidad de estar solo....
La gente comenzaba a decirse que cuidara su salud, pero él se mostraba distante por la fatiga, aunque todos lo interpretaban como si fuera simple indiferencia.
Una noche que estaba dictando a sus tres secretarias unos dálogos para obra de teatro, sintió como si una piedra gigante le hubiera caído encima. Perdió el conocimiento y comenzó a convulsionar, de la boca y nariz echaba sangre.
Despertó una hora después en el hospital, aunque es hora le había parecido una eternidad.
Por supuesto, salió caminando del hospital con manifiesta idignación y le dijo a las secretarias que continuasen con la elaboración de la obra. Esta vez los diálogoso se hicieron vívidos y deslumbrantes, era como si del sueño hubiera extraido figuras nuevas. Pasaron la madrugada entera recogiendo las escenas que Rómulo pacientemente les iba dictando, como un maestro que se siente orgulloso de enseñar a su pupilo letras nuevas, como el escultor vanidoso que va cincelando a su gusto los pechos de su opera magna.
Algo aún más extraño sucedía, ya que ahora la depresión y soledad habían desaparecido de su vida.
Todos los días dormía una hora, y en ese tiempo descansaba lo suficiente, ya que esa hora que dormía era una aventura que parecía extenderse noche a noche. Soñaba con una flor de otros mundos, pero parecida a la Nephentes, la antigua droga que los griegos usaban para las penas.
Cada madrugada la planta iba drenando de Rómulo los recuerdos que le parecían dolorosos.
Un nuevo comienzo se vislumbraba en la vida de este caótico autor. Era toco como si por fin fuera a poder alcanzar la tranquilidad que por tanto tiempo había anhelado, pero no sabía que la aventura de su existencia, y de la humanidad misma estaba a punto  de comenzar. (Continuará)

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