domingo, 31 de diciembre de 2017

Un búho con ojos de bebé: La taxidermia es un arte empírico, todo su método se basa en la experiencia, echando a perder se aprende. Así fue como los antiguos egipcios, los más grandes taxidermistas de todos los tiempos descubrieron el betún, llamado "mummia", de donde proviene la palabra momia. Sólo escribir el concepto momia y a la mente del lector vendrá un ser de ultratumba que vuelve de los muertos en alguna mala película de Hollywood. Nunca he usado natrón como los egipcios, mi técnica se basa en sumergir los cuerpos en cal líquida para que tomen consistencia de roca. Otra técnica que utilizo es dejar los cuerpos de los animales en sal o cenizas, como también está la técnica de curtiembre. Hay taxidermistas que aseguran que la mejor forma de disecar un animal es inyectarle formol estando el espécimen con vida, de esa forma la preservación es total y no requiere de varios días de retoques e inyecciones de más formaldehido; yo tenía unos ocho años en esa ocasión en que fuimos de visita a El Salvador y pude observar un trabajo de taxidermia efectuado sobre un espécimen vivo. Era un mono pequeño, al cual habían atado de sus cuatro patas con lazos. El taxidermista le inyectó en la garganta, e instantáneamente aullidos lastimeros, se contorsionaba de dolor pero los lazos lo mantenían en una posición fija, la deseada por quien lo estaba preparando. Quedó con una mueca que parecía de ferocidad, que era lo que el cliente quería, pero en sus ojos vidriosos se veían la agonía y desesperación de una muerte sumamente dolorosa. II El nombre de mi cliente era Armando, llegó a dejar el espécimen cuando yo no estaba en la casa, así que alguien más lo recibió por mí. Cabe mencionar que la persona que hizo el favor de recibir el búho era supersticiosa y vio aquello con recelo, dejó tirado el búho muerto en una esquina, para luego meterlo al refrigerador. Juraría que hasta golpeó el cuerpo muerto, ya que los huesos estaban deshechos, y a decir del dueño no iba fracturado, simplemente había muerto de súbito, es por ello que creo que fue golpeado antes que yo llegara. Tuve un crearle una nueva espina dorsal y reparar espacios donde iban las costillas introduciendo clavos en el cuerpo del cadáver. Los ojos se echarían a perder en cualquier momento, si no hacía algo tendría que usar canicas como hacen los taxidermistas burdos. La respuesta llegó a mí con el estilo característico de los fortuito. Andaba buscando libros en la tienda de antigüedades, cuando de pronto vi un muñeco de plástico viejo con la greña mugrienta, de ojos azules. Inmediatamente decidí que aquellos ojos azules eran perfectos para mi búho, así que sin más preámbulo compré el muñeco, y la vendedora entre risita y risita me dijo con sorna que me creía niño. Yo le dije que sí para evitar un interrogatorio y me fui con el muñeco en una bolsa. De lo emocionado se me olvidó comprar libros. De camino compré aserrín para rellenar el cuerpo del búho y otro poco de formol. Cuando se diseca un animal muerto hay que inyectarlo por unos quince días seguidos, es por eso que el proceso no es barato. Disecar un búho es como pintar un cuadro, creo que la comparación es válida, dado que he efectuado las dos empresas y puedo decir que son semejantes, la misma paciencia. Un cuadro lleva semanas, así también la taxidermia.son empresas que exigen entrega total en cuerpo y mente. Con paciencia trabajé el búho, introduciéndole los ojos del muñeco, que iban atornillados profundamente. Hace tiempo disequé tres búhos juntos y los colgué a un árbol para trabajarlos mejor. A media noche llegaban unos siete búhos a cantarle a los cadáveres, como invitándoles a escapar, era un espectáculo dantesco que hizo temblar a más de una vecina, y hasta hubo quien llegara a decir que los búhos eran muñecos vudú que yo utilizaba para dañar a la gente. Cabe mencionar que soy ateo, que no creo en cielo ni infierno, por lo cual lo absurdo de aquellas afirmaciones me causaba risa. III Se llegó el día de entregar el trabajo, y yo llegué temprano con el búho en una percha de madera, con las plumas bellamente aceitadas y unos ojos azules que contrastaban los grises tonos de su plumaje. El cliente no quitó la vista de los ojos del búho, y mientras yo le daba detalles del trabajo me decía que se veía vivo, pero que una parte de él ansiaba verle realmente vivo y llegó a creer que yo le podía proporcionar eso, la devolución de la vida de su mascota. Yo me fui pensando en las palabras de Armando, pero pronto olvidé el asunto pues a los pocos días alguien me obsequió unas serpientes de cascabel que yo mismo había trabajado hacía tres años, aún sentía escalofríos al recordar mi impresión cuando el cliente me llevó las tres serpientes muertas, aún inertes me causan pavor; pero al verlas después de tanto tiempo aquella sensación de volvió sublime, pues al igual que me asustaba volverlas a ver mi ego se alimentaba de ver mis obras pasadas siendo tan apreciadas. A mi mente llega la imagen de un lagarto pequeño, nadando de cabeza en vinagre en un vaso de vidrio sellado hasta el fatídico día que un amigo cometiera el error de abrirlo y el oxígeno raudamente acabó con una de mis mejores obras, a la cual apodaba pequeño Annunaki. No es nada raro que pase por la casa o negocio de mis clientes examinando la calidad de mis trabajos. Llegué al negocio de Armando y un profundo desasosiego se apoderó de mí al no ver el búho en la percha y al preguntarle a Armando, su rostro se volvió sombrío, con paso taciturno y exhortándome a callar Armando abrió una puerta, donde había un sanitario y papeles apilados. En el centro de la habitación yacía el búho, dentro de una jaula con candado, con la vista al frente, penetrante, inquisitivo como apremiando por respuestas. Me dijo Armando que lo habían guardado allí debido a que todos los empleados de la Librería aseguraban que la mirada del búho era penetrante, calaba hasta los huesos y no se podía estar cerca sin sentirse observados; unos empleados aseguraban que en su desesperación le habían girado la cabeza, pero que luego volvía a la misma posición. La desesperación colmó cuando una trabajadora del turno nocturno aseguró haber oído al búho reír como un bebé mientras la veía directamente a los ojos con un halo azul de luz maligna que resplandecía aún en la oscuridad. Armando no lo creía, hasta una noche que decidió comprobar si de verdad el búho tenía algo malo. Un temor inexplicable, irracional, paralizante, como cuando el ciervo ve a los ojos del león que está demasiado cerca como para poder escapar. Desde ese momento Armando y sus trabajadores decidieron guardar en ese cuarto con las luces apagadas al búho. Armando,sudando, con el aliento entrecortado y la mitad febril me dijo: "Lo hizo, no sé cómo pero usted consiguió darle vida". Rolando Enrique Rosales Murga

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