Leche de Cocha negra por Rolando Enrique Rosales Murga
Leche de cocha negra:
Según las creencias populares, si uno bebe leche de cerda o leche de cocha, como coloquialmente se le dice esta lo vuelve loco a uno. Se cuentan muchos casos de personas que por maldad o venganza le han servido este brebaje a alguien y ha terminado divagando por las calles sin recordar quienes eran. Había un amigo que bromeaba diciendo que era la leche de cocha negra la que causaba ese efecto y se ofrecía a beberla, siempre que se la dieran a mil grados centígrados. La gente popularizó la historia que así se podía beber, más no sabían que el punto de ebullición de la leche es entre cien y cien punto cinco grados por unos minutos, a mil grados hasta podría fundir un vaso de aluminio.
Hay un muchacho de mi edad que se mostraba muy amable con la gente, pero que de pronto se volvía tosco e irascible y siempre andaba cuestionando la salud mental de los demás, haciendo preguntas como si eran normales o si no creían tener algún problema mental; sus compañeros de la iglesia evangélica, hartos de sus preguntas sin sentido le apodaron “Marvin leche de cocha”, para hacer ver que estaba mal de la cabeza y por eso hacía tantas preguntas.
Según se dice uno de los quesos más caros del mundo se fabrica con leche de cerda. Según la ciencia la leche de cerda tiene mucha grasa y un sabor desagradable y difícil de quitar, pero no se menciona nada de la leche de cocha como desencadenante de la locura, como es creencia popular. En Guatemala se le considera una toma, que es como le llaman aquí a las pócimas.
La siguiente historia es acerca de un vecino llamado Rafael Rodríguez, hijo de don Noyo Rodríguez y doña Esperanza Godoy. Siempre fue un muchacho muy inteligente, le apasionaban las matemáticas y en la escuela lo consideraban un genio. Ganaba los certámenes de dibujo. Declamaba con el alma y a todos conmovía con su pantomima al recitar. Era de ojos rasgados, cabello lacio, nariz aguileña, boca amplia, menudo, muy delgado, de brazos y piernas alargados. A corta edad llegó a medir un metro ochenta. Jugaba fútbol, basquetbol, balonmano, corría como nadie. Era un excelente atleta. Los amigos del barrio lo llegaban a buscar para jugar y muy pronto el tiempo se fue volando, llegando a cumplir quince años y dar sus primeros pasos en el amor. Tuvo noviazgos efímeros, pero hubo uno especial que duró muchos años con una muchacha del barrio. Luego de un tiempo se separaron y Rafa tuvo que entrar en la universidad, en la carrera de ingeniería. Paralelo a Rafa había otro caso de una persona que era casi tan genial o lo mismo que Rafa y era el profesor Sergio “Checo maquinaria” o “Pitágoras, la calculadora humana” Se habían encontrado un par de veces en las Olimpiadas del saber y habían empatado en fonética, matemáticas. Más de una vez fueron juntos a acompañar serenatas, a jugar mandalejos; incluso se tomaron sus primeros tragos de licor en fiestas juntos. Checo consiguió un trabajo dando clases de matemáticas y física fundamental en el Instituto Experimental. Pero poco a poco su mente se fue nublando por el alcohol y fue decayendo, descuidando su aseo personal, hasta terminar junto a los borrachitos como Paniagua, quien también era muy inteligente y gran orador, pero preso de las garras del aguardiente. Ya Checo no llegaba a su casa, si no que se quedaba tirado en las esquinas durmiendo la mona. Una tarde, mientras iba trastabillando un carro lo atropelló y desde entonces cojeaba de un pie y él bromeaba con los niños al pasar y les decía que su llanta se había pinchado. Con el tiempo desarrolló encefalopatía por el alcohol y hablaba puras incoherencias, era un borrachito gracioso; un vecino le ofreció cincuenta quetzales por dejar el pie puesto de manera que un carro se lo atropellara y por la ansiedad del alcohol Checo accedió. Ahora cojeaba más intensa y eventualmente un tercer carro lo atropelló, esta vez arrebatándole la existencia.
Volviendo a nuestro protagonista, Rafa contaré que siguió su camino hasta la universidad y muy pronto se graduó de Ingeniero Civil, que era el equiparable a Arquitecto, pero aún no se establecía la facultad de arquitectura. Realizó algunos trabajos notables y pronto su fama fue tal que sus mentores lo propusieron para una beca completa para ir a estudiar a España, a la Universidad Complutense de Madrid. Rafa estaba decidido y su familia lo apoyaba. El pueblo entero estaba orgulloso de tener un ciudadano tan inteligente y distinguido. Para aquel entonces Rafa había vuelto a salir con una de las chicas que fue su novia de adolescencia, a menudo se iba a quedar a la casa de la chica. Esta al enterarse de la beca de Rafa se sintió traicionada, pues él nada le había informado. Cuando le recriminó él le dijo que al volver de la especialización en España se casarían, que no había nada de qué preocuparse, pero en el corazón de ella el despecho ya había anidado y buscó la manera de tomar venganza. Fue su mamá quien le aconsejó que cuando volviera Rafa le avisara, para que fueran a ordeñar la cocha más grande que tenían y que en ese momento estaba plena de leche, pues acababa de dar a luz una camada de siete cochitos. Así lo acordaron y así lo hicieron. La noche en que Rafa llegó su novia le dio a beber un buen licor. Rafa se quedó dormido, al día siguiente despertó con mucha hambre, Su suegra le preparó unos huevos a la ranchera, queso fresco molido en piedra, frijoles volteados y un vaso de leche bien caliente con canela y azúcar, tenía un sabor metálico, raro, pero Rafa no dijo nada para no hacer rabiar a su suegra. En cuanto terminó de comer volvió a su casa, pues debía afinar detalles de su viaje a España.
Rafa se sintió mal durante todo el día y creyó que se debía a la resaca. El dolor de cabeza era intenso. Los oídos le zumbaban. Era una migraña con fotosensibilidad. Se encerró en su cuarto, con las luces apagadas y se amarró un trapo en los ojos para no ver luz alguna.
Los padres de Rafa estaban muy preocupados porque no quería comer y le ofrecieron analgésicos y los tomó, pero la migraña seguía su curso, aumentando más y más conforme pasaba el tiempo. En la noche le entró una fiebre tremenda. Estaba alucinando. Deliraba, se reía, lloraba y temblaba cubierto de un sudor helado de pies a cabeza. Los padres de Rafa comenzaron a sospechar que había sido envenenado y llamaron a su médico de cabecera, quien no pudo determinar qué era lo que Rafa tenía y se ofreció a sacarle sangre y mandarla a examinar en el laboratorio. Así siguieron los días con Rafa alucinando, sus padres intentando encontrar una respuesta llamando hasta a brujos y sacerdotes sin ningún éxito; conforme los días pasaban Rafa se volvía más y más agresivo. A tal punto que golpeaba su cabeza contra la pared, si le daban una copa de vidrio la quebraba entre sus manos y masticaba los trozos de vidrio. Desenroscaba las bombillas de la luz y se las comía. Su boca mostraba ya daño y su lengua tenía sangre. Se paseaba desnudo por la casa y a veces estimulaba sus partes pudendas en la puerta. Gozaba haciendo espectáculos exhibicionistas. Los vecinos se escandalizaban viendo aquellas demostraciones. Aunque a la vuelta había un hombre de cuarenta años que se llamaba David que también se ponía a tomar el aire sin nada puesto en la puerta. Los padres de David le daban unas tremendas tundas con cincho, lo bañaban con detergente y lo frotaban duro con escobas como castigo, pero no parecía importarle. Aunque David había nacido con ese padecimiento. En cambio, Rafa comenzó a dar síntomas a sus veinticinco años en definitiva el viaje a España se pospuso. La ahora exnovia trató en vano en varias ocasiones hacer volver a Rafa, pero él ya no reconocía a nadie. Al final ella pensó que si no era de ella no sería de nadie y se consiguió otro hombre, a quien mantenía muy sumiso y como adormilado, quizás con dosis más bajas de la toma. Rafe se ponía a esperar a la gente con una tranca de madera y les daba tremendos golpes en la cabeza a los transeúntes. La familia lo mantenía bajo llave. Era un peligro para sí mismo y los demás. Fue su padre quien puso en conocimiento del Colegio de Ingenieros la condición del estimado Ingeniero Rafael Rodríguez. Fueron de verdad muy piadosos, ya que dispusieron para Rafa una pensión vitalicia, para que así pudiera costearse sus exámenes y sus medicamentos, ya que ahora lo mantenían sedado con calmantes. Rafa se escapaba y se vestía formal. Llegaba al banco y se presentaba como el Ingeniero. Mostraba su cédula de vecindad y tarjeta de ahorros y sacaba su dinero. Se ponía a tomar un gordito de guaro en la tienda y luego correteaba a la gente lanzando sus zapatos, dando cinchazos a las muchachas que pasaban. Su risa daba a entender que dentro de esa locura había nacido una conducta muy antisocial, como cuando los pacientes con demencia precisamente se vuelven exhibicionistas, airados y agresivos.
Rafa cumplió cuarenta años, era una sombra del pasado la historia de haber ganado una beca a la Universidad Complutense. Los cheques del Colegio de Ingenieros nunca dejaron de llegar. Sacaba su dinero en el banco o en un cajero automático. Se vestía de gala, pasaba a lustrarse los zapatos. Incluso platicaba con los muchachos en las bancas de lustres y les dejaba propina. Se compraba un gordito de ron para sí solo. Se compraba una cajetilla de los cigarrillos más caros. Se sentaba en una silla que le prestaban en la tienda, a unos doscientos metros de su casa. Cruzando la pierna izquierda sobre la derecha y poniendo el brazo derecho debajo del codo izquierdo a modo de soporte. Tenía un aire de elegancia, como al ver gente fumar en películas, que se ve elegante, pero en vivo es un asco y un tufo insoportable. Le invitaba un trago a algunos muchachos que andaban bebiendo cerveza. A veces lo intentaban despojar de su dinero e inmediatamente se transformaba, se quitaba los zapatos, se rasgaba las camisas originales. Se abalanzaba sobre sus atacantes y les daba una paliza de proporciones épicas. Luego mandaba a comprar una camiseta de playa, un perfume nuevo. Se volvía a poner los zapatos y seguía tomando como si nada. Se llegaba a tomar cuatro gorditos de ron. A veces a duras penas ocho personas se bebían uno solo. Se llevaba alcohol y cigarrillos a su casa. Sus papás no le decían nada por miedo a ser atacados por Rafa en uno de sus arranques de ira. Algunas personas decían que estaba actuando, hasta que comenzó a autosatisfacerse al ver pasar estudiantes en minifalda o cualquier señora. La policía se lo llegó a llevar en varias ocasiones, pero parecía divertirle esa dinámica, puesto que no le importaba ser llevado a la cárcel, pues siempre sus papás lo llegaban a traer.
Un día Rafa llegó ante sus padres llevando un periódico doblado. Les mostró una posición de trabajo para un ingeniero civil, como él. Estaba muy anímico y les dijo que quería aplicar. Pasó las primeras dos entrevistas y cuando le asignaron la tercera todo parecía ir muy bien hasta que le avisaron que decidieron contratar a alguien más. Rafa se arrancó la ropa. Se azotaba con un cinturón, se golpeaba la cara, se arrancaba cabellos. De un salto vadeó el muro de la casa y cayó en la calle. Lamentablemente en ese momento un carro iba pasando y le destrozó la tibia y el peroné. Sus padres tuvieron que pagar una operación para implantarle una tibia y peroné de metal. Se negó a usar una silla de ruedas eléctrica. En su lugar encontró un tronco en el patio y con ese tronco avanzaba penosamente y bamboleándose de un lado a otro. Seguía yendo a tomar a la cantina. Bueno, en realidad era una tienda donde vendían alcohol. Mucha gente le hablaba, pero él entraba en mutismo por decisión. Ignoraba a todo mundo. Se embriagaba y se iba a su casa. Su fuerza fue disminuyendo. Su cuerpo desarrolló mucha debilidad y poco a poco se fue desvaneciendo hasta quedar en cama. La gente dice que todo eso fue por la toma de leche de cocha. Si me preguntan, yo creería que es demencia frontotemporal, pero como dicen los abuelos “Nunca hay que creer y nunca hay que dejar de creer”.
La historia de Rafa no quedó ahí. Con el tiempo se recuperó un poco y ya podía irse a sentar a la puerta de la casa, saludaba a la gente con desgano y mantenía una conversación coherente. Tomaba café mientras leía el periódico con unos gruesos lentes de lectura; sus padres siempre pensaron que la solución a su problema era conseguirle una mujer para cohabitar maridablemente. Muchas jovencitas fueron contratadas para ir a hacer los quehaceres del hogar y el pago era sospechosamente generoso. Cuando les ofrecían casarse con Rafa y ser parte de la familia muchas sonreían y decían que sí, que solamente irían a sus casas a traer su ropa y sus cosas y volverían, pero jamás regresaban. Se difundió rápido entre las trabajadoras la noticia de que estaban buscando esposa para “un hombre loco” y evitaban trabajar con esa familia para evitar una posible unión con un enajenado. A todo esto, Rafa se veía ajeno a lo que ocurría. Solo le interesaban las noticias del periódico, la sección de chistes. Los crucigramas, la hora de concentración mental de Urbano Madel, la revista que traía los domingos. Pronto comenzó a leer muchos libros distintos y todos creyeron que estaba mejorando. No fue sino hasta un día que su mamá estaba haciendo limpieza que levantó un libro entreabierto que se topó con un escrito de Rafa en la portada que decía:
“Amigo fantasma, espectro del bien. Yo no te hago daño, no te causo ningún mal. Te pido que no vengas por la noche a atormentarme con tu horrenda imagen que me da pavor y no me deja dormir”. Aquella frase hizo que doña Esperanza, madre de Rafa sintiera escalofríos, un terror inexplicable que le helaba la sangre. Una explicación médica sería que Rafa ahora sufría también de esquizofrenia y tenía alucinaciones visuales y auditivas. La familia, empero, lo atribuyó a algo mágico o sobrenatural.
Los vecinos comenzaron a hacer una semblanza de vidas paralelas, como los escritos de Plutarco. Comparando a Rafa con su vecino David, quien había nacido con problemas del Trastorno del Espectro Autista. Pero la gente en su ignorancia decía que “era apangado o dundo”. David al menos iba a la capilla los domingos y Rafa no. Cuando David cometía un error su padre o su hermano Sammy le daban una lección en forma de palizas muy despiadadas, lo cual no funcionaría con Rafa, que de por sí actuaba violento de la nada; David invitaba a niños a comer con él en su casa, pues decían que tenía mente infantil, pero su padre lo supervisaba todo el tiempo, “no fuera que se le ocurriera pescocear a ni ishto”.
David se desnudaba y se ponía en la puerta de la casa a mostrarse, pero sin connotaciones sexuales o tocándose como Rafa sí lo hacía. A Rafa solo lo entraban y lo vestían. A David sus familiares lo maltrataban cada que hacía eso.
Rafa tuvo un par de citas fallidas y de pronto comenzó a platicar con uno de los árboles que estaban en su patio como si el árbol fuera una mujer. Acariciaba el árbol como quien está en un momento de pasión íntimo y aseguraba que era una mujer y que en las noches le llegaba a susurrar palabras de amor al oído. A sus papás todo eso hacía que la piel se les pusiera como de gallina, pues creían que era la Siguanaba la que lo llegaba a visitar y que lo había jugado.
En altas horas de la madrugada se escuchaba a Rafa reír y cantar platicando con el árbol, que era uno de limón mandarina. Hubo una ocasión en que la señorita que trabajaba con ellos en ese momento en los quehaceres escuchó a Rafa hablando con el árbol y se acercó. Sintió su sangre helarse y perdió el conocimiento. La encontraron tirada minutos después. Aseguraba que una voz de mujer le contestaba a Rafa, que vio al árbol moverse. Mucha gente atribuyó el hecho a algo maligno. Otros decían que quizás había alguna espora de un hongo o algo por el estilo que hacía que la gente de esa casa alucinara con cosas fantasmales.
A veces Rafa se saltaba el muro y su familia junto con algunos amigos a quienes pagaban por irlo a buscar. Por lo general lo encontraban en los barrancos de los Imposibles, que están bajando por el Hospital Nacional Ernestina García Vda. De Recinos, yendo por la calle Víctor Murga. Siempre que le hallaban era en un estado lamentable. Lleno de arañazos, la ropa hecha harapos, como con pequeñas mordidas alrededor de la piel. Los escépticos decían que él mismo se mordía y se arañaba o se golpeaba contra los árboles y las ramas lo herían y le rompían la ropa. Otros preguntaban que cómo era que tenía mordidas en la espalda si era él quién se las hacía. La mayoría atribuía el hecho a que la Siguanaba lo llevaba al barranco, que era su casa (Siguanaba significa mujer barranco o mujer del barranco), había quienes bromeaban diciendo que Rafa machucaba el bejucuemapache o bejuco de mapache, una especie de liana invisible que quien la pisaba andando borracho se perdía y aparecía en algún barranco.
Hubo un tiempo en que Rafa llevaba mujeres que encontraba en la calle tomando licor a casa y sus padres les pedían que se quedaran, pero no querían nada más que una noche al lado de Rafa, quien les dispensaba dinero generosamente para seguir la pachanga. Su familia luchó por encontrar una cura a su mal, pagaron médicos cada vez más caros, a tal punto que terminaron vendiendo la casa familiar, las joyerías y empresas de su propiedad, los automóviles, el ganado. Todo con tal de verle curado. Su padre murió de un paro cardíaco, su madre tuvo que irse a vivir con una nieta, hija de uno de los hermanos de Rafa. Uno de los hijos de esa nieta se llamaba Marvin. Marvin era muy despreocupado y caótico, siempre estaban llamando a su mamá a la escuela porque peleaba con los compañeros, se involucraba en estafas. Se juntaba con otros niños problemáticos. El tiempo pasó y Marvin comenzó a beber alcohol, a frecuentar lugares de mala muerte. A tener una sexualidad descontrolada y desinhibida. A pelear sin razón con las personas que pasaban, a hacer exhibiciones obscenas. Justo como Rafa. La gente decía que el mal lo había alcanzado, había quien opinaba que a lo mejor era problema de familia y muchos afirmaban que a Marvin una novia también le había dado una “toma” de leche de cocha negra.
Rafa se volvió muy tranquilo. Volvió a caminar, se vestía bien, se perfumaba. Iba al parque a platicar con las personas, se bebía un refresco no alcohólico y se iba al cuarto que rentaba a descansar. Lo último que hizo, presintiendo que su final estaba cerca fue pasarle su pensión a Marvin, su sobrino. Se supo que había muerto una semana después que falleció, pues nadie lo visitaba. El mal olor les alertó y así se enteraron de su final. Se le veló en casa de su sobrina. Dicen que al final de la vida las personas que padecen de problemas mentales tienen un momento de lucidez antes de que la vida termine. Habrá quienes digan que la maldición se rompió al fin o que la leche de cocha perdió su efecto luego de tanto tiempo.
Soy Adramelek, y escribo desde donde la comodidad se termina.
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